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x Gideon Levy Ha'aretz

Traducido para Rebelión por Germán Leyens
 

 

 
 

Israel-Palestina: Un debate ficticio

No existe diferencia alguna entre un "puesto de avanzada ilegal" y un "asentamiento ilegal": el tema de la legalidad de los asentamientos no debería siquiera aparecer en la agenda pública. Lo único que diferencia un asentamiento "legal" de un "puesto de avanzada ilegal" es un trozo de papel, usualmente en la forma de un "blanqueo" retroactivo" del puesto de avanzada por el establishment de la defensa. Los puestos de avanzada de ayer son los asentamientos de hoy, ambos son un desastre.

No hay asentamientos "legales" en los territorios ocupados y no hay ni un solo "puesto de avanzada ilegal" entre los que están siendo evacuados que no haya sido establecido sin el conocimiento y el aliento del establishment de la defensa. El último teatro de la absurda producción en la exasperante historia del proyecto de asentamientos – calificado de "evacuación de puestos de avanzada" – tiene la intención de distraer la atención de la gente del verdadero problema. Y es su propósito exclusivo. En este drama, todo es ilusión, el ministro de defensa presenta supuestamente una política alternativa; los colonos emiten ostensiblemente gritos de ultraje; y unas pocas caravanas son removidas y devueltas al día siguiente.

Pero la peor ilusión es que los puestos de avanzada ilegales están siendo convertidos en el problema principal, mientras todo el resto de esta infinitamente cara e infinitamente dañina empresa es considerada justa, moral o inteligente. De manera que hay que decirlo claramente: todos los asentamientos, desde Ariel a Asa'el, constituyen un fenómeno inmoral. Han envuelto a Israel en ciclos de violencia y derramamiento de sangre. Si no se hubieran fijado el objetivo de impedir cualquiera posibilidad de un acuerdo –y si no hubieran tenido éxito en su esfuerzo—estaríamos ahora cerca de lograr la paz.

El proyecto de asentamientos es un esfuerzo pervertido. Sus dirigentes codiciaban más y más tierras, se establecían en ellas por la fuerza o con permiso –no importa— e inyectaron el miedo en los corazones de sus vecinos. Algunos de los colonos hicieron tan insoportables las vidas de los palestinos, que estos se vieron obligados a partir.

La distinción que se hace a menudo entre colonos moderados, morales, que es la mayoría, y los tipos extremistas, violentos, al margen, es también una mentira infundada. Todos los colonos, del primero al último, han construido sus casas en un país que no es el suyo y en tierra que no es la suya. Por lo tanto, son todos igualmente inmorales. Incluso si la motivación principal de muchos de ellos no fue ideológica, su residencia allí refleja una ideología criminal. Las insaciables campañas expansionistas –un monte más, un viñedo más--- no son menos graves que las expediciones punitivas realizadas por los "extremistas" entre ellos. No basta con retorcerse las manos apenados al ver a los colonos (que nunca son arrestados) asesinando palestinos que cosechan olivas: la sociedad israelí debería haber denunciado hace tiempo todo el bando que se estableció en su patio trasero y que amenaza con conducir desde allí a la destrucción de la sociedad.

No cabe duda de que la empresa de los asentamientos constituye el mayor éxito del sionismo moderno. Durante las últimas tres décadas, un pequeño número de personas ha estado dictando el orden del día de todo el país.

A la izquierda no le queda otra que sentir envidia. Los colonos no han sido marcados con el signo de Caín y ningún gobierno se ha atrevido a confrontarlos directamente. Las fuerzas de seguridad parecen paralizadas frente a ellos. La actual guerra es en parte culpa de los colonos, pero la sociedad israelí nunca ha ajustado sus cuentas con ellos. La gente en Dimona no pregunta por qué es necesario gastar cientos de miles de shekels para blindar un autobús para los escolares de Rafah Yam, en la Franja de Gaza, y casi ningún soldado pregunta por qué se le pide que arriesgue su vida por un grupo de maniáticos en la atalaya de Eshtamoa. Ahora los dirigentes de los colonos están exigiendo la conquista de nada menos que la Franja de Gaza, para favorecer al puñado de residentes en los asentamientos de Gush Katif.

Ante todo esto, el Partido Laborista presenta su respuesta ideológica: la evacuación de unas pocas caravanas. Contra la codicia de territorios del Primer Ministro Ariel Sharon, el Ministro de Defensa y presidente del Partido Laborista, Benjamin Ben-Eliezer blande la evacuación de los puestos de avanzada y trata –como siempre lo hacen los laboristas— queriendo el oro y el moro: de estar tanto en contra de los asentamientos, poniéndose el manto del abogado progresista de la paz, como a favor de los asentamientos.

Es hora de que Ben-Eliezer y los otros en su partido nos digan la verdad. Si están a favor de los asentamientos, tienen que detener de inmediato la farsa de la evacuación. Y si están en contra, tienen que detener la farsa de defenderlos con las vidas de los soldados. Para hacerlo, no necesitan ningún socio palestino: basta con algo de coraje israelí.
 

 

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